La Argentina despedazada, partida en dos ideas, levantará un fantoche de nueva doctrina. La iglesia hará silencio. La oración vencerá.
Benjamín Solari Parravicini
“¿Qué es esto?” se preguntó Martínez Estrada en octubre de 1945. Un espectro de barbarie, inconcebible para los civilizados, una figura aterradora e inaprehensible que rompía todos los esquemas mentales y desafiaba todos los límites morales, irrumpía en la política argentina.
Agosto de 2023 se vive así. La semblanza puede sonar provocadora pero toda exageración tiene su fondo en lo razonable. Hay algo que apareció hace tres noches y, a pesar de que todos sabíamos, a todos sorprendió. El domingo rugió la bestia y todos corrieron sin entender.
Las minorías intensas que consumen política -como si fuera un bien de uso- en vez de ejercerla -como se hace con el poder- repiten esa pregunta absorta, frente a lo inconcebible: ¿es la historia del país en pleno acto de transformación?
Lejos de lo propio
No es tarea de hoy abundar en la matemática ni la estadística. Gigabytes de textos, memes, gráficos y videos circulan estos días, y explican mucho mejor que estas líneas lo ocurrido en ese sentido. Los dos lados de la Grieta se develaron como Casta. Las dos grandes coaliciones en las que se había organizado el sistema político desde 2008 se mostraron impotentes.
Sí queremos resaltar un cuadro que se difundió por WhatsApp. Muestra la pérdida o el aumento de votos en relación a las PASO del 2019. El porcentaje de caída del peronismo, en todos los distritos, es casi idéntico al crecimiento de los libertarios. Frente a ese resultado, algunos se alegraron, otros suspiraron un enorme y sí, otros sintieron miedo. Pero si algo quedó patente en los guarismos es que más que los sótanos de la democracia, lo que no tolera gran parte del pueblo es a los que viven en el penthouse.
Sintonizar esa frecuencia es el acierto de Javier Milei. Una medalla que será suya, ocurra lo que ocurra en octubre. ¿Y qué puede pasar? Cualquier cosa.
Reyes de un mundo perdido
El concepto de Casta no es un descubrimiento insólito. El rey estaba desnudo y todos podíamos verlo. Lo único que hizo Milei fue, tal cual pasa en el cuento, animarse a decir lo que se callaba por decoro, pudor, o conveniencia. Y una vez que el grito se escuchó, prendió como en pasto seco. Es imposible entender lo profundo que caló la idea en el imaginario popular, al punto de transformarse en clivaje de la discusión política actual, sin remitirnos a dos elementos. Uno de larga data y el otro reciente.
La primera causa es el profundo plebeyismo del pueblo argentino. Que tiene sus raíces en nuestra historia fundacional -el Virreinato del Río de la Plata fue el único que jamás tuvo títulos nobiliarios-, que se vio potenciada con las guerras civiles y las sucesivas oleadas migratorias, y que el peronismo consagró como valor moral. En estas tierras ser hijo de nadie es un mérito. Al punto que incluso los que son hijos de Alguien se ven obligados a jurar que sus ancestros no lo fueron.
La segunda cuestión es la Cuarentena. Si bien las consecuencias fisiológicas que nos dejó la pandemia están bastante debatidas, todavía no dimensionamos las consecuencias espirituales, álmicas y psicológicas que la paranoia y el encierro dejaron en todos nosotros. Estos daños son visibles, para quien quiera verlos, en el aumento del consumo de alcohol, drogas y psicofármacos, en la tasa de los suicidios y la resolución violenta de los conflictos interpersonales. Parece que se hubiera decidido no hablar del asunto. A nadie le gusta hurgar en eso que queda goteando en la memoria en la mañana siguiente de un mal viaje de ácido. El 2020 y 2021 no existieron. Así y todo, el trauma sale a flote.
El gobierno del Frente de Todos empezó junto con la pandemia, y ésta arrancó con "el Estado te salva". Todos aplaudimos. Cuando se hizo patente la improvisación frente a la mishiadura provocada por el encierro y las psicopateadas cotidianas de los medios de comunicación, los ánimos empezaron a mermar: “El Estado, ¿qué onda?”. Y cuando se le sumó el descubrimiento de que había privilegiados que podían escapar de los controles y rigores e incluso acceder a la cura antes que el resto, todo fue agobio y rechazo: “El Estado se salva, y a vos te cansa”.
El domingo hablaron los que ven que el beneficio siempre es para el de arriba. Los que desde hace, al menos, una década, se quedaron afuera. La casta son todos menos yo. Los que votaron hablan desde el lugar que les dejaron en la economía: no les quedó otra que ser liberales. El pueblo excluido muestra la transformación social como exponentes inaceptables del individualismo del que se nutren los mismos que ahora se lamentan por el avance de la barbarie desclasada.
Para esos jóvenes con trabajos precarizados, robados, verdugueados por un famoso o moralizados por las autoridades, que nadan en un mar de incertidumbres, la justicia social es que cada uno tenga y defienda lo suyo. Tiene más que ver con la autodefensa que con la distribución de la riqueza. Con un principio del plebeyismo hondante rioplatense, desde los adelantados españoles buscando El Dorado en Paraguay hasta los jugadores de fútbol que sueñan con Europa: hallar el oro en el barro y aspirar al ascenso social.
Que sólo unos pocos lo consigan es otra cosa. En ese anhelo, en ese ansia, está toda la explicación posible. Condenarlo es de mínima un error. Y de máxima, una verdadera cobardía.
Diestra y siniestra
La impotencia y el fastidio ahora están del lado de quienes no terminan de aprehender esta noción. Y se pierden en el exceso de marco teórico y terapia. La derrota la sienten propia las castas en la política, en las empresas, en los medios de comunicación, en las academias y en los escenarios y pantallas del mainstream.
A la inversa del viejo refrán del general Perón, ahora hay miles de compatriotas que tienen que admitir que no son peronistas, lo que pasa es que no se han dado cuenta. Nos referimos, claro, a los que hacen usufructo de los derechos adquiridos, los privilegios y comodidades de los 40 años de democracia. Los dueños del patrimonio simbólico de la época, aptos para erigirse como faros morales que predican todo lo que está bien. Y ahora ven y sienten y sufren lo que está mal.
Lo que pasó el domingo fue lo que es: frotaron la lámpara y el genio salió. ¿Qué iba a pasar? Intoxicados por la subeducación universitaria, que mezcla sin ton ni son la Escuela de Frankfurt con el posestructuralismo, las teorías críticas de gabinete nórdico y cualquier otra doctrina de moda en los centros decadentes del pensamiento occidental, muchos pensaron que un mito, por serlo, es falso. Y que un concepto es una herramienta para mejorar una tesis. Pero las brujas y las ideas existen. Y las masas también.
Durante los días de cuarentena, esos sectores urbanos e ilustrados dieron cátedra 24/7 sobre las formas correctas de vivir, pensar y relacionarse. Indicaron cómo había que cuidarse y de qué se trataba ser alguien respetable. Se derrumbó la torre de los sectores medios urbanos que todo lo analizan desde su propio ombligo deseante. Y ese etnocentrismo elitista cansó a todos. La superioridad moral se tradujo en inferioridad electoral.
Los efectos de la liviandad muestran la incompatibilidad entre la demanda del deber ser y las restricciones reales para la satisfacción de esas demandas: es tentar a los leones. La respuesta llegó desde abajo y desde los márgenes. A las izquierdas verbales los mismos actores que decía defender, les votaron en contra.
El mundo de la fama y la exhibición obscena -que nutre al progresismo con ansias globalistas- se estrelló contra sus propios desechos. La máquina de prestigio tiene externalidades contaminantes. Y lo único que atina a decir, como clamó una de sus referentes más destacadas, es: qué peligroso. Sí. Es cierto. Jugaron al Juego de la Copa y ahora se asustan al ver que, además de sus manos manicuradas, hay otra cosa moviéndose por el tablero.
La euforia de los humillados
El rugido de los marginados, ofendidos y cansados fue una afirmación. La cuestión de las jerarquías sociales quedó en la superficie. Y es un error agarrársela con la realidad cuando la que no encaja es la teoría.
Como también lo es pensar que el pueblo argentino es esquizofrénico. Que hace cuatro años quería socializar la tierra y hoy quiere vivir de rentas panza arriba. Porque el voto, desde 1916, encierra mucho más que compartimientos ideológicos estancos. Expresa una voluntad: la del pueblo trabajador argentino de vivir mejor. No vivir bien. Eso puede andar un rato, pero no alcanza.
Vivir mejor es parte de la identidad popular. Al que no le guste, nuevamente: nadie obliga a nadie a ser lo que no es. No hace falta flashear confianza con los que se consideran subordinados. Hay más dignidad en el Señor Burns que en un Michael Scott.
El tiempo achicó el espacio. Como si renegara de su propio origen, la dirigencia de UP apunta a una encarnación urbana y progresista, emparentado con el otro frente perdedor. Adopta una actitud de irritación y susto, y busca en los diccionarios políticos globales los conceptos que le sirvan para impugnar a una masa incontenible.
Las burlas contra las políticas de derechos sociales y civiles, que es lo que preocupa a los que ahora están asustados, son eso: burlas. Cantos de cancha para ponerle picante al partido. Como lo son también las transformaciones que las colocan en el centro de sus agendas. Más allá de que otras minorías, igualmente intensas, sostengan lo contrario, ni la derogación del Matrimonio igualitario ni la quita de la Asignación Universal Por Hijo ocupan las prioridades del que en 2019 eligió al Frente de Todos y hoy optó por Juntos por el Cambio o por La Libertad Avanza.
Pero sí tomarán más centralidad con cada oportunidad en que se vuelva a esa idea. Se sabe: lo que empieza como chicana, si se ve que prende, pasa a ser insulto, y de ahí puede tomar la forma del revanchismo. Por eso, en realidad es beneficioso que festejen los que vienen siendo humillados y agredidos. Puede ser un alivio. Que se saquen la mufa un poco. Y después de vuelta al yugo.
La subestimación sistémica y la represión moralizante llegan al límite de negarle a la gente su capacidad de preferencia y elección. Entonces, votarían así porque tienen bronca, o peor, porque no entienden. Y hay que enseñarles o avivarlos. Los espantados son fanáticamente pedagógicos, no abandonan la moralina incluso cuando quieren adoptar un tono autocrítico.
En Argentina hay más cantidad de trabajadores informales que formales. Esa es la parte de materia viva que compone a estos cabecitas liberales que desconciertan. Para esa mayoría laboral el peronismo no se relaciona con la movilidad social. Se parece, más bien, a un Estado que pide y no da. Como en la canción de La Renga que se volvió cortina musical del fenómeno Milei, esas franjas sociales le dicen a la Casta: “ven a saber lo que se siente”.
Las chicanas, los insultos, incluso las revanchas que se prometen, son expresión pura de un reflejo social. Frente a eso que, en nombre de la diferencia, canceló a los diferentes. El pueblo sólo es admisible cuando entra en una categoría académica como la de “sectores populares”, “potencias plebeyas” o “economía barrani”. Lo que se pronunció en las elecciones, más que una crisis de empleo, es el empleo de la crisis. La sociedad tiene una racionalidad distinta a la de las élites.
El domingo en el búnker de UP, un militante peronista, lejos de la angustia que abundaba a su alrededor, decía con algo de sorna:
―El peronismo está más vivo que nunca.
Cuando lo trataron de delirante, explicó:
―Para incomodidad de todos, esto es lo más peronista que pasó en mucho tiempo. Sólo que… son liberales.
Es decir, la gente real que emerge y encuentra en un tipo que es él solo en contra de todos una vía para expresar su hartazgo y rebeldía. Por fuera de los aparatos y las estructuras, el pueblo dice su verdad, encarnada en un líder, frente a la sorpresa del establishment.
Al final de su razonamiento, el tono del militante se volvía más amargo:
―El problema es que ahora la Unión Democrática somos nosotros.
El tiro del final
El lunes la agencia Bloomberg advirtió sobre el peligro populista y rogó por un triunfo de Bullrich. A la misma hora, el gobierno devaluó el peso sin más explicaciones. Desde la oposición nadie atendía los teléfonos de nadie. El escenario político parece avanzar hacia una nueva configuración. Con el vértigo y las torpezas propias del apuro.
El domingo a la noche Massa no habló como el del 2013 que inventó su propio espacio con representación social y le ganó al kirchnerismo. Se limitó a versionar el discurso perdedor. Y comenzó la siembra de fantasmas, como si la suplantación del escenario real por uno de peligro fuera una forma anticipatoria del desastre.
Lo que sucedió no es una locura, como quieren ver los que flashean una escena de Black Mirror en cada esquina. Locura era lo que ya pasaba: para todos esos que votaron a La Libertad Avanza, ¿qué podría ser peor?
Para los que no votaron, principalmente para el gobierno, lo peor sería mentirse a sí mismos. El pueblo tiene sus razones. La bronca es de las castas que salen a agredir el voto ajeno. El de Milei también es un voto convencido. Si hubo rechazo, en todo caso, es el del cuarto tercio, los que no fueron.
Ahí debe apuntar sus cañones Massa. Así como también en el radicalismo que gira en torno a Larreta, que es lo más parecido entre lo que hay disponible. Y el primer paso que debería darse. Remedar el abrazo del General y Balbín, el viejo anhelo de la Argentina del centro. Pero, ¿qué ortopedia política puede lograr que se abracen un militante de Juan Grabois con un simpatizante de Gerardo Morales?
Las cosas están dadas vueltas: el peronismo se enfrentó al pueblo y las bases históricas rechazan las propuestas peronistas. El desfondamiento justicialista se volvió un hecho. En la última década, integrado por tradiciones no peronistas y munido de un aparato conceptual ajeno, se fascinó con los combates simbólicos contra las derechas y se condujo al alejamiento del pueblo real.
Para el peronismo que cree que no hay nada mejor que el pueblo, el ejercicio del poder es un acto de escucha. Pero con las incorporaciones de los últimos años, el kirchnerismo dijo “gobernar es explicar” y se paró por encima de la sociedad. Se la pasó justificando errores y derrotas hasta que la sociedad se cansó y dejó de escucharlo.
La paradoja es casi insalvable: el gobierno ahora depende del gorilismo para ganar. A los pobres los perdió. Les reprochó lo que pensaban y lo que querían y lo que hacían. Y el bramido libertario llega desde los pueblos remotos de las provincias y las villas. Que ya no son más villas, porque ahora son barrios populares. En esa floritura tilinga del lenguaje se expresa una síntesis de lo que se hizo del peronismo. Un dato que dice: desnúdate y enfrenta mis dientes.
La devaluación inmediata buscará una apariencia de estabilidad hasta octubre. Pero incluso si puede garantizarse que sea la única, ya es de por sí un golpazo para los salarios. La inflación hará aún más difícil la recuperación de simpatías electorales. Hay antecedentes tristes. Y las reacciones -o inacciones- gubernamentales ante el naufragio, por momentos, parecen repetirse.
Frente a esto, la mayor confianza del que sigue siendo peronista porque no se quiere meter en política, recae en lo que se da por llamar el músculo. Las organizaciones provinciales, sindicales, empresariales y sociales, sistemáticamente basureadas desde hace más de una década. Pero que, cuando se ven convocadas, suelen tragar el rencor de haber comido banco y salen a jugar el partido. Como en 1953, en la Resistencia, en 1987, en 2001 o en 2019. Restará saber si su sólo empuje logrará articular la voluntad de vencer que la ¿conducción? del movimiento no demuestra.
Alfa u Omega
En todas las tiradas del Tarot político -jugado en charlas de cafés, filas de almacén y encuentros casuales callejeros por Uganda- surge la carta nodal de Le Fol, El Payaso Loco. La duda antes dar la próxima mano es ineludible:
―¿Y si gana Milei, qué?
La respuesta, incluso en muchos de los que lo votaron, no se pronuncia. Más bien se dice con el cuerpo. Es casi una secuencia: levantamiento de cejas, encogida de hombros. Y después, y sólo a veces, hay un asomo de sonrisa pícara, casi infantil, seguido de una sacudida de cabeza, un rubor en las mejillas.
―¿Qué?
En esa incógnita está su potencia. Dios nos bendiga a todos.
Muy bueno, que buena síntesis
Horrible el análisis parece que barajaste todos los lugares comunes y los repartiste en 30 párrafos.