-¿Usted no escuchó lo que dijo Milei? El peso argentino es excremento, cualquiera con dos dedos de frente ahorra en dólares.
Lo podría haber dicho cualquier persona. Después de que el candidato a presidente lo comentara el 9 de octubre en una entrevista en Radio Mitre, se reprodujo tanto y de tantas formas que llegó hasta un rincón inhumano del mundo. “Una mazmorra de dos por dos”. Al menos así alguna vez Julio “Peruano” Rodríguez Granthon describió su lugar de alojamiento en el módulo 5 del pabellón 7 de la cárcel federal de Marcos Paz.
A los 30 años está preso con dos condenas, una a 12 y otra a 10 años, por causas de narcotráfico. Además tiene en su contra una acusación, con pedido de prisión perpetua, como partícipe necesario del homicidio de Eduardo Trasante. Los fiscales aseguran que fue quien desde la cárcel diagramó la compra del auto robado con el que en julio de 2020 dos sicarios llegaron a la casa del pastor y ex concejal de Ciudad Futura para matarlo a tiros.
El Peruano, nacido en Bella Vista, provincia de Callao, llegó a Argentina en 2012 para instalarse en Río Grande, Tierra del Fuego, con la idea de convertirse en piloto de aerolíneas comerciales. En el sur hizo un curso y después se mudó a Rosario, donde terminó de especializarse en el aeroclub de Alvear. Con un trabajo paralelo como conductor de un remis trucho conoció los beneficios precipitados e intensos del narcotráfico y al poco tiempo se convirtió en proveedor de Los Monos, por lo que fue condenado junto a Guille Cantero, el jefe de esa organización.
Sumando acusaciones llegó a otro juicio este lunes, señalado como organizador de una banda que vendía cocaína en Villa Banana. Junto a él juzgan a un hombre de peso en el entramado empresarial de la ciudad: Gustavo Shanahan, de 67 años, ex titular de Terminal Puerto Rosario y también vinculado al mercado inmobiliario.
En la investigación a Shanahan lo ubicaron como quien, en su cueva del microcentro, recibía el dinero de los búnkeres de la villa, cambiándolos a dólares que se usaban para comprar más cocaína. El fiscal Federico Reynares Solari asegura haber comprobado que el tipo cobraba una comisión del dos por ciento al valor del dólar blue porque sabía de dónde llegaban esos billetes chicos y eso implicaba un peligro a su libertad.
En ese contexto al inicio del juicio el Peruano citó a Milei para argumentar por qué se manejaba con moneda extranjera. Entonces explicó que el cambio no era en billetes sino en cheques a cobrar en 45 días, que a eso se debía el recargo del dos por ciento. Y que la plata era para él, sus gastos en la cárcel, y no para el narcotráfico.
Cuando una persona decide aportar lo que sabe a una investigación de la justicia federal, es decir cuando se convierte en informante, pasa a ser un número. Después de una serie de cuestiones burocráticas para darle la seguridad necesaria, y el pago correspondiente, al menos en ese ámbito deja de ser fulano de tal.
El N° 93 informó un día de comienzos de 2021 los movimientos de una banda de transeros de Villa Banana, en la zona de 27 de Febrero y Avellaneda: el punto principal era una casa de Valparaíso al 2600 donde vivían Facundo y Waldo, señalados como encargados de reponer la mercadería en los búnkeres del barrio en un aproximado de medio kilo de cocaína por semana.
Ya desde entonces N° 93 dijo que esos pibes se movían bajo las órdenes de un tal Peruano que estaba preso. La Policía Federal hizo vigilancia y corroboró los rumores: lo vieron a Facundo llegar a su casa en un Corolla, bajar y sacar una bolsa de residuos llena que le entregó a otro tipo a cambio de dinero en efectivo.
A partir de ahí encararon una investigación junto a la fiscalía que terminó por involucrar a otras personas. Descubrieron que estaban quienes compraban la cocaína, quienes la estiraban y la fraccionaban, quienes la distribuían. Y también quien, de alguna manera, accedía a los dólares con los que después se adquiría más mercadería.
Hay un video filmado por los vigilantes donde se ve a una persona a la salida de un búnker con un bolso que después fue encontrado en el allanamiento en la oficina de Shanahande España al 800: estaba lleno de pesos, incluso en billetes de 10, 20 o 50.
El contacto entre los transeros y Shanahan, llamado “El Bolsero” en la causa, fue un tipo que está prófugo. El empresario, cuando declaró, dijo que esa persona era la única que conocía de todas las que le habían nombrado en la investigación. Como si nadie supiera que para lavar guita no le hacía falta conocer al pibe que vende en una villa que tal vez jamás pisó.
“He mantenido alguna relación comercial con él sabiendo que él era representante de cobranzas en una empresa que no recuerdo el nombre, creo que se dedicaba a lácteos. Yo lo conozco de nombre del mundo financiero por el Grupo Carey, él se independizó y además lo conozco del mundo del rugby porque jugaba al rugby en Plaza. Mi trato con él era aproximadamente una vez por mes o cada quince días, a veces ni hablaba directamente conmigo”, declaró Shanahan sobre su presunto contacto con el mundo narco.
En las calles de Villa Banana cuentan que el Peruano quiso copar un terreno del cual en el último tiempo se había adueñado el Viejo Cantero, fundador de Los Monos. La leyenda dice que cuando recuperó la libertad, en septiembre de 2020, el Viejo hizo correr el rumor de que los terrenos donde se hacían torneos de fútbol pertenecían a él. Que así empezó a obligar pagos extorsivos que llevaron a transformarlo en una suerte de patrón invisible.
Años atrás, cuando apenas empezaba a hablarse del narcotráfico en Rosario como un tema de agenda, había otros nombres que generaban terror en la zona. En 2012 una organización de base, integrada por militantes vecinos y universitarios, tiró abajo un búnker para construir un centro comunitario. Tres años después el hermano de una de las mujeres que llevaba adelante el espacio fue asesinado a balazos por Pandu Aguirre, un transero que una vez preso articuló con Cantero para unir los manejes de Villa Banana con los de Vía Honda, el barrio vecino.
Las memorias de aquellos años son sombrías como lo eran algunas de sus calles: en mayo de 2016 en una casilla del barrio fue violada y torturada hasta la muerte una nena de 12 años. Algunos pocos recordarán una reunión que después de ese caso mantuvo el entonces gobernador, Miguel Lifschitz, con militantes que hoy integran distintos espacios en el Concejo y Diputados. Habían hablado con el diario para una nota que titularon “Villa Banana es una cárcel a cielo abierto”.
A ese activismo le continuó lo inevitable: urbanizar el barrio como una salida que busque algo más que meterle a los pibes miedo, o bronca, con policías corruptos y violentos. En los últimos años las gestiones municipales se jactaron de haber pavimentado y alumbrado las calles aunque nunca se acabó la transa y su rama violenta. A veces, pocas, hay días que paran. Como cuando en febrero pasado otro búnker fue tirado abajo después de que mataron a una piba que había ido a comprar.
Estos casos generalmente terminan ahí, con esa piba muerta o la reacción fugaz de sus queridos. Son pocas las ocasiones en las que se mueven desde el búnker de la villa al búnker del centro. La historia del hombre de la City que le vendía dólares a un narco arroja una luz tan tenue que resalta todavía más la oscuridad.