“Ciegos, a menos que los ojos reaparezcan -como la estrella perpetua, como la flor de muchos pétalos- desde el crepúsculo donde reinan los muertos. La esperanza última de los hombres vaciados.”
T.S. Elliot
El frenesí se gasta rápido. Todo lo que irrumpe en forma de vanguardia se vuelve moda y corre el riesgo de transformarse en rutina. El debate de la otra noche reflejó esto. Los candidatos compitieron, más que entre ellos, contra la apatía. La mayoría de los argentinos los miraba como podría mirarse la enésima discusión del jurado del Bailando.
No pasó demasiado. El empate puede entenderse como beneficio para Sergio Massa, el candidato de gobierno. Salir sin ser dañado es, en este contexto, un éxito. El montaje no cambia la escena de fondo. Por eso en la siesta de hoy en vez de anécdotas queremos hablar de lo que va a perdurar. Pase lo que pase el 22 de octubre.
Lo más interesante que nos dejó agosto fue que los pilares del orden político se movieron y el cuadrante ideológico al que nos acostumbró la partidocracia, que cruza los ejes izquierda-derecha y liberal-autoritario, se develó como farsa. Digan lo que digan los tests o los nombres de los frentes electorales, ninguno de los candidatos encaja en ese esquema.
El cuadrante de la hora adopta otros ejes. Van en torno a uno vertical de pueblo-élite y uno horizontal de conservador-progresista. La disputa, entonces se da por dónde se ubicaría el centro verdadero que es Argentina.
Primavera Cero
En el mundo existen pueblos, que son comunidades ligadas por la geografía, la tradición y el lenguaje. La continuidad en el tiempo y el espacio de un Pueblo engendra una Patria, expresión de su patrimonio material y simbólico: los laureles que supimos conseguir.
Para poder administrar, defender y henchir su Patria, el Pueblo necesita del Estado: un orden jurídico capaz de organizar lo que aquel no logra resolver por su propia cuenta. Una Nación es la suma de los elementos, y por la regla alquímica que establece que el todo es superior a las partes, los trasciende: un grupo de comunidades que cuidan su patrimonio en el marco de una organización que las contiene.
En ese marco, advertimos que al movimiento nacional lo ganó el caos. Confundió sus banderas y se transformó en un movimiento estatal. Cayendo en una anomalía histórica: el caso de un Estado sin Pueblo que lo sustente. Y si hay Patria, es el otro, o sos vos, o es lo que dicte el publicista de turno.
El juego que eligió la conducción fue tener más razones que votos. Como un Marco Aurelio pasado de psicoanálisis, quisieron alcanzar el saber y le restaron importancia al gobernar. Ese país enfrentado que viven dirigencias y militancias, no era, no es, compartido por las personas comunes. Esas que se empezaron a hartar de las discusiones de casta. Cuánto más intensidad escaló la polarización entre el kirchnerismo y el macrismo, más creció el nihilismo civil en Argentina. Y ahora algo sucedió. Algo que sube de abajo hacia arriba.
La geografía del voto fue decisiva. La casta está en las ciudades. Y ni siquiera: en realidad está en ninguna parte. No tiene, además de sus ideas, ninguna Patria que defender. El conservadurismo de los que sí la tienen, los nunca escuchados, los subestimados, se le metió por la ventana al establishment, que es progre por su concepción del tiempo lineal y su ímpetu iluminista. Paradójicamente, el ariete fue otro grupo sobreideologizado.
El gobierno de los científicos se gastó en el pedagogismo. Y terminó dándole chances de triunfo a una fórmula compuesta por 2 ñoños que son espejo invertido de lo mismo. De Flacso a la UCEMA. De la razón crítica a la moral militar. Hay una continuidad en lo electivo, que no logran ver los que creen que el pueblo es un esquizofrénico que cada dos años cambia de parecer.
Más que democracia versus dictadura, el antagonismo que está sobre el tablero político es entre gobierno y desgobierno. Como si se pidiera una razón de Estado que ordene y reduzca la incertidumbre ante cada decisión pública.
Los argentinos, pueblo con formación cívica ejemplar, saben que para que el Estado exista eficazmente requiere que los individuos supongan un saber ilimitado en sus instituciones. No se necesita aceptar ese orden como algo verdadero, sino simplemente como algo necesario.
La Libertad Avanza es un ariete es porque, en verdad, es sólo eso. Un instrumento. Lo que más seduce de ese frente no son las pautas de pensamiento de Milei, Villaruel y compañía. Contradictorias, por otro lado, entre sí. Lo que atrae como agua al sediento no es ningún ideario. Es una sensación en la boca del estómago. Que se comparte de forma difusa, pero genuina.
Los falsos linajes se alimentan de confirmaciones
Los licenciados definen el malestar como una reacción contra los principios de democracia. Y es cierto. ¿Cómo no iba a haberlo? Si tras 40 años cualquiera puede notar que con la democracia que engendró Alfonsín se cumple el teorema Gorosito: padre boludo, hijo boludo.
Los principios de la democracia argentina son tan abstractos que nunca dejarán de ser eso: el principio de algo que nunca se desarrolla. El orden demoliberal no es representativo de nadie más que de sí mismo. De participativo sólo guarda un rito que se fue vaciando: poner el voto cada dos años. Y de federal, bueno, para qué empezar a hablar. La única promesa que cumplió la primavera del 83 fue el republicanismo, un otoño exasperante, un Leviatán vegano en medio del estancamiento, la inflación y la improductividad.
Como en el cuento de Pedro y el Lobo, de tanto nombrarla, la crisis de representación llegó. Lo hizo en medio de una crisis en serio y al pobre pastorcito que grita asustado los labradores le responden: no jodas, que estamos en sequía.
El modelo de relación entre Estado y sociedad entró en crisis y trae por resultado que las gentes desconfían de casi toda autoridad institucional. Lo peor es que todos sabíamos que podía pasar. Lo bueno en todo esto es que la novedad no la trae una vanguardia esclarecida. Lo insospechado surge de las retaguardias sociales que no entraron en la dialéctica negativa de la Grieta, y se sienten cada vez más alejadas de la intensidad de la militancia.
Es la base de descreimiento que impide la efectividad de una Campaña del Miedo. El Estado presente se volvió un Estado metido. Un pariente tóxico que sólo te llama para contarte lo que hace por la familia. Aunque nunca esté, ni en los cumpleaños ni en los velorios. Como en las comedias familiares del capitalismo tardío, el Estado piensa que sus ausencias se compensan bajando guita o regalos. Para muchos argentinos, donde existe una necesidad, nace un subsidio.
Así, no solo se le da fundamento a los rencores contra la casta, sino que la pérdida de capacidades es generalizada. Los emprendedores sueñan fortunas solo basadas en regímenes promocionales, exenciones o créditos blandos. Y la mayor lucidez militante es saber como manguearle plata al Estado para después autogestionarla.
Ante cada reclamo, la respuesta estatal fue crear una subsecretaría, bastardeando en paralelo a la iniciativa privada, que comprende a la comunitaria. Desde las oficinas estatales y la universidad pública se enervan contra las propuestas meritocráticas y los vouchers con tanto empeño como cuando montan estructuras a partir de los favores y acomodos.
La desaprobación de la militancia reforzó el valor negativo de la política, reducida a un juego de aprovechamiento individual sin la competencia que tiene el sector privado. Ni el compromiso genuino que implica una organización de base. Ser militante se simplificó en servirle a alguien, no servir para algo. Es que si el Estado no sabe, no puede, o no quiere, deja de ser.
En la Década Ganada, la épica militante resurgió al calor de una expansión estatal tras décadas de achicamiento. En la Década Estancada, con la falta de rumbo político y el Estado transformándose en el garante del desorden, esa épica implosionó. A las mil flores florecidas no las pisoteó nadie. A veces, hasta se nota en algunos las ganas de que eso ocurra pero lo cierto es que se marchitaron solas. Ese mundo, el del militante-funcionario, no se termina con un bang, se disuelve en un buá.
Ades tiempo
Más que fantasmas de extrema derecha, enriquecidos como el uranio por las cadenas de noticias estatales europeas, lo que irrumpió en el tablero es el extremo centro. A los apolíneos que nos comunicamos por newsletter nos hubiera gustado que la demanda de un poco de normalidad se hubiera encarnado en otro sujeto. Pero Argentina es más parecida, ¡por suerte!, al cine de Leonardo Favio que al de José Campanella.
La irracionalidad que atraviesa el arco político es tan grande que Milei se da el lujo de pasar como el candidato de la cordura. Incluso si fuera cierta esa captura de pantalla del presunto tratamiento psiquiátrico al que está sometido al menos lo mostraría como alguien que reconoce su handicap y lo trabaja.
La sorpresa, por lo demás, no es auténtica: todos sabemos de los vicios, bajezas y veleidades. De la Política, de la Empresa, y de cualquier ámbito humano. El ejercicio de colocar el estigma para obviar la responsabilidad no hace más que exponer la falla. Porque en paralelo a sus gritos y exasperaciones, lo que se ve es a dirigentes más idos de la realidad que el propio loco. Tipos y minas que se dieron el gusto de abandonar el fundamento político de su tarea: desistieron del ejercicio del poder y se convencieron de que gobernar es exaltar una gestión.
Aunque los votos no piden más gestión, sino un mejor gobierno. Es decir, con límites y efectividad. Las militancias de la Grieta se concentraron en su acción ensimismada y cínica, orgullosas de ser minoría. Y más tarde se asombraron ante la aparición real de los que piden que el Estado que molesta se corra de donde no lo llaman. En ese sentido son encomiables los intentos de Sergio Massa para exhibir muñeca de gobernante. El problema que enfrenta es el mismo que tuvo en toda su carrera. Y que por otra parte es el de su generación: el manejo de los tiempos.
No es que sea camaleónico, como se lo acusa desde afuera y -hasta hace poco- desde adentro. Es que siempre parece llegar a la historia a destiempo. Como si los hechos conspiraran para tocarle cuando no es el momento. Ahora está buscando ser el de 2013 en 2023. Como resultado de su atolondramiento, está impedido de decir, como el tema de moda, no puede hacer todo el campeón quiero que juegue la banda. Pero, en realidad, la canción que intenta componer Unión por la Patria es una de Miles Davis: solo y pasado de pico, frente a una consola rota con poca cinta en el carrete.
Un ejército blanco
Hoy impera en la sociedad un sentido profundo del conservadurismo. Si todo está en riesgo, solo queda lo propio. Ante una crisis larga, ancha y duradera, casi nadie reniega del programa de austeridad que se avecina. Que algún culo sangre, pero que venga alguien y estabilice. La opción de salida a la Grieta es una elección completamente racional. La impugnación intelectual se produce ante la aparición de un fenómeno que cambia la forma de la política. Por más que se lo estiliza con denominaciones como deseos populares o potencias plebeyas, lo más aterrador para las élites del progresismo ambidiestro siempre fueron las preferencias reales de la gente.
No alcanza con tener con qué, tampoco tener con quién. Hace falta un para qué. Javier Milei lo tiene, o dice tenerlo, el suyo es un planteo jacobino: quiere subvertir los valores que hicieron de Argentina la samaritana del mundo. Aún ganando el 22 de octubre, su éxito no está garantizado, porque incluso transformando al Estado en un despacho de la sinarquía y reventando una parte de la Patria, al Pueblo no puede tocarlo y entonces la Nación seguirá viva.
La batalla del día después de su fracaso pasará por tener en claro cuáles son los valores que nos definen. Los hitos, los ritos y los símbolos que nos hacen ser lo que somos. No hay que inventar nada. La doctrina está escrita y, sobre todo, está viva. Para aprehenderla y aplicarla de forma consciente, como supo decir Perón, hay más necesidad de hogares que de universidades, de madres más que de intelectuales, de hombres buenos más que de revolucionarios.
En esas formas de la autodefensa está la base álmica del movimiento nacional. Que deberá reinterpretar el ciclo que se abre, descubrir su espíritu reaccionario es una tarea para mujeres y hombres prácticos, como un triunfo de la sensatez política, habrá noticias de la Argentina verdadera.
¡Muerto el Rey, viva el Rey!